Andrónico Rodríguez, el MAS y la lucha interna por el poder

La habilitación de Andrónico Rodríguez como candidato presidencial para las elecciones de agosto ha reconfigurado el tablero político nacional.
El joven dirigente cocalero del Chapare, actual presidente del Senado y figura emergente dentro del Movimiento al Socialismo (MAS), ha sido impulsado como la nueva cara del partido hegemónico, en un contexto marcado por fracturas internas, acusaciones de traición y una oposición débil y desorientada.
Rodríguez, que durante años fue considerado el “delfín político” de Evo Morales, ha perdido el favor del expresidente, quien ahora lo acusa —directa o indirectamente— de haberle dado la espalda.
Desde sectores radicales del evismo se lo califica de traidor, un término fuerte que delata la guerra interna que atraviesa el MAS. Por un lado, Morales resiste desde su bastión cocalero con la intención de volver al poder; por otro, el presidente Luis Arce intenta consolidar su propia estructura, alejada de la sombra del caudillo.
En medio, Andrónico representa una tercera vía dentro del masismo, aunque su verdadera independencia política aún está en duda.
Sin embargo, más allá de las disputas personales y las pugnas de liderazgo, hay algo que el MAS ha sabido conservar: su capacidad de sostenerse como fuerza electoral predominante. A pesar de los conflictos internos, el aparato masista sigue operando con eficacia territorial, respaldo sindical y una narrativa cohesionada en amplios sectores populares.
Este intento por perpetuarse en el poder, aunque dividido en facciones, revela un objetivo común: evitar que el control del Estado pase a manos de una oposición que, hasta el momento, no ha demostrado estar a la altura del desafío.
Mientras el oficialismo pelea entre sí pero no pierde de vista las elecciones, los partidos opositores siguen dispersos, sin liderazgo nacional, sin propuesta clara ni proyecto de país que seduzca al electorado.
El escenario preelectoral de 2025 se perfila entonces como un juego en el que el MAS compite contra sí mismo, pero con altas probabilidades de éxito frente a una oposición que no logra capitalizar el desgaste del oficialismo.
Ni las nuevas plataformas ciudadanas, ni los partidos tradicionales, ni los líderes emergentes han logrado articular una propuesta sólida que conecte con las mayorías.
En este contexto, Andrónico Rodríguez aparece como una carta de continuidad, más que de renovación. Su vínculo con el Chapare y su lenguaje político revelan que el núcleo duro del masismo —ese que se rehúsa a soltar el poder— sigue marcando el ritmo de la política boliviana.
Aunque se hable de división, los hechos muestran que el proyecto masista, en cualquiera de sus versiones, sigue vigente, articulado y preparado para seguir gobernando.
El gran desafío para Bolivia no es sólo electoral. Es político, institucional y democrático. Porque mientras la lucha por el poder se libra entre caudillos, el país sigue esperando una oferta seria, coherente y con visión de futuro.