LÍDERES Y REPRESENTANTES

Violencia sin causa: Bolivia pierde el rumbo cuando se ataca a la juventud que solo quiere vivir en paz

LLALLAGUA, Potosí – Bolivia atraviesa una etapa sombría. No solo por su crisis económica, ni por la división política que corroe las instituciones, sino por algo más profundo y alarmante: la pérdida del respeto a la vida humana.

En Llallagua, un joven estudiante fue víctima de violencia en un país donde la confrontación, la intolerancia y el odio parecen haberse normalizado. ¿Qué clase de sociedad estamos construyendo?.

En los últimos días, en el municipio de Llallagua, un joven estudiante —sin filiación política, sin banderas partidarias— fue víctima de violencia injustificada. Su único «delito»: pensar diferente o simplemente estar en el lugar y momento equivocado.

Este hecho, que ha conmocionado a la población local, no es un incidente aislado. Se suma a una preocupante escalada de actos violentos en todo el país, donde el odio y la confrontación están reemplazando al diálogo, la tolerancia y el respeto.

¿Qué está ocurriendo en Bolivia cuando los estudiantes, los jóvenes, los ciudadanos comunes, se convierten en objetivos de la agresión y el miedo?

Los ataques ya no se limitan a enfrentamientos entre facciones políticas. Hoy, cualquier voz que cuestione, que piense libremente o simplemente que decida no alinearse con ninguna corriente ideológica corre el riesgo de ser censurada, hostigada o agredida.

Estamos frente a una normalización peligrosa de la violencia, donde se justifica la brutalidad en nombre de supuestas causas populares, regionales o partidarias.

En este contexto, el caso del joven de Llallagua simboliza una fractura mayor: la pérdida de humanidad. ¿Qué intereses oscuros hay detrás de esta cultura del miedo? ¿Quién gana cuando la población se enfrenta entre sí mientras el poder se reparte entre unos pocos?

La violencia no tiene justificación. Golpear, herir o matar a otro ser humano jamás será un acto de valentía, sino de cobardía y decadencia. Bolivia necesita urgentemente una transformación ética y cultural, que comience desde la base: la familia, la escuela, la comunidad. No podemos permitir que nuestras diferencias ideológicas se conviertan en excusas para exterminarnos unos a otros.

Desde este espacio, alzamos una voz de censura contundente contra todo acto de violencia, contra todo intento de imponer ideas por la fuerza, contra todo grupo que instrumentaliza el dolor y el miedo para conservar poder o manipular a la población. El Estado debe actuar con firmeza, pero también la sociedad civil debe recuperar su capacidad de empatía, de resistencia pacífica y de unidad.

La juventud boliviana merece un futuro distinto. Un país donde se pueda estudiar, trabajar, disentir y vivir en paz. Donde pensar diferente no sea una sentencia de muerte, y donde ningún joven más tenga que caer por la indiferencia de todos.

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