Canibalismo político en Bolivia: oficialistas y opositores, atrapados en su propia guerra

La Paz, Bolivia – 28/05/2025.- Bolivia atraviesa una de las etapas más decadentes de su vida política reciente. En lugar de debatir propuestas o enfrentar con seriedad los desafíos del país, las principales fuerzas políticas —tanto del oficialismo como de la oposición— se han enfrascado en una guerra sin tregua donde el objetivo no es gobernar mejor, sino eliminar al adversario, incluso si ese adversario está dentro del mismo partido.
Mientras el país enfrenta crisis estructurales, los actores políticos se devoran entre ellos en una lucha por el poder que margina a la ciudadanía.
Hoy, la pregunta no es quién ganará estas disputas internas, sino qué quedará del país cuando terminen de devorarse.
El Movimiento al Socialismo (MAS), partido que dominó la política boliviana durante más de una década, vive una batalla fratricida entre la facción que responde a Evo Morales y la que respalda al presidente Luis Arce.
Las acusaciones cruzadas, los intentos de expulsión mutua, y la utilización de estructuras institucionales para destruir al «enemigo interno» han desvirtuado completamente el carácter político de la organización, convirtiéndola en un campo de batalla personalista.
Pero el espectáculo no es muy distinto en la acera de enfrente. La oposición, lejos de consolidarse como una alternativa coherente, repite el mismo patrón de fragmentación, egos inflados y cálculos mezquinos.
Gobernadores enfrentados con sus propias bancadas, partidos sin rumbo ni renovación, y un discurso centrado únicamente en el «anti-MAS», sin proyecto de país.
“El canibalismo político no es patrimonio de un solo partido. Se ha instalado como cultura en todo el sistema. Se destruyen entre ellos porque no tienen nada sólido que proponer a la sociedad”, sostiene Humberto Rodriguez, experto en comportamiento político.
La consecuencia directa de esta lógica destructiva es un Estado paralizado y una ciudadanía cada vez más alejada de la política. Mientras las élites se desgastan en sus pugnas internas, Bolivia sufre una economía frágil, una justicia sin credibilidad y una creciente inseguridad.
El daño más profundo, sin embargo, no es institucional, sino moral: se ha perdido la noción del bien común.
En lugar de representar intereses ciudadanos, los partidos se han convertido en trincheras personales o familiares. En ese contexto, los espacios de diálogo, consenso o construcción de políticas públicas quedan reducidos a escombros.