PARTIDOS POLÍTICOS

Mientras los políticos sueñan con el poder, el pueblo sueña con comer: el contraste doloroso de la Bolivia actual

La Paz, Bolivia.– En un país donde cada elección se vive como una guerra y cada discurso político promete un paraíso que nunca llega, millones de bolivianos enfrentan una realidad muy distinta: la lucha diaria por sobrevivir.

Mientras los rostros de aspirantes a la presidencia inundan las calles, las redes sociales y los medios de comunicación con costosas campañas, las cifras de pobreza, desempleo y desnutrición revelan una verdad cruda: en Bolivia, la política se alimenta de millones, pero el pueblo no tiene qué comer.

En Bolivia, el hambre no es solo un problema económico: es un síntoma de la profunda desconexión entre la clase política y la ciudadanía.

Mientras los políticos se disputan el sillón presidencial, el pueblo pelea por llenar su olla. Y aunque la esperanza aún no muere, la paciencia se agota. Porque en un país donde todos quieren gobernar, alguien debería empezar por escuchar.

La paradoja no podría ser más evidente. En cada ciclo electoral, los partidos —ya sean tradicionales o emergentes— gastan sumas exorbitantes en publicidad, caravanas, spots televisivos, regalos y shows.

Sin embargo, en el altiplano, en el oriente olvidado y en los barrios periféricos de las grandes ciudades, miles de familias sobreviven con menos de 10 bolivianos al día.

Según informes recientes del INE y organizaciones independientes, más del 30% de los hogares bolivianos padecen algún nivel de inseguridad alimentaria.

EL COSTO DEL PODER VS. EL PRECIO DEL HAMBRE

A mediados de abril, un informe de la Fundación Jubileo alertó que los gastos preelectorales de algunos candidatos ya superaban los 2 millones de dólares.

Una cifra insultante para quienes deben elegir entre comprar pan o pagar la electricidad. «Nos prometen desarrollo, pero no hay ni leche para los niños», dice doña Margarita, vendedora en la zona de Ciudad Satélite, en El Alto. «Todos quieren ser presidente, pero nadie quiere venir a ver cómo vivimos realmente».

La distancia entre los discursos y la realidad no solo se mide en bolivianos, sino en abandono. Escuelas sin desayuno escolar, hospitales sin medicamentos, madres que alimentan a sus hijos con té y pan duro. Mientras tanto, la élite política —con trajes impecables y frases ensayadas— repite promesas que se evaporan al día siguiente.

PROMESAS VACÍAS Y AUSENCIA DE POLÍTICAS CONCRETAS

En los últimos años, el país ha sido testigo de una inflación de candidaturas, con decenas de partidos y movimientos que surgen como hongos en época de lluvia. Pero pocos, muy pocos, hablan seriamente de políticas alimentarias sostenibles, de incentivos al agro familiar, o de una reforma fiscal que garantice distribución justa de la riqueza.

El analista político Raúl Mendoza afirma que «en Bolivia se ha profesionalizado la carrera política sin profesionalizar la gestión pública. Los políticos invierten para llegar al poder, pero no para transformar la realidad del pueblo».

UN PUEBLO CANSADO, PERO NO VENCIDO

A pesar del desánimo generalizado, las organizaciones sociales, las ollas comunes y las iniciativas barriales siguen sosteniendo la esperanza.

En zonas como el trópico cochabambino, comunidades enteras se organizan para compartir alimentos. En el Chaco, pueblos indígenas exigen asistencia estatal tras sequías devastadoras. Y en las ciudades, voluntarios reparten comida a familias sin ingresos estables.

El clamor es uno: que la política deje de ser un negocio y vuelva a ser servicio. Que los millones destinados a campañas sirvan para alimentar, educar, curar.

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